A Marina
Cada día pasea por la
playa, deja que el agua moje sus pies. Es una enamorada de la vida, de la mar.
Cuando ve que va cayendo el sol, va alejándose de la orilla para recogerse y
esperar a que vuelva a salir un simple rayo y regresar para ver pasar los
barcos, en espera de que regrese su amor.
Un día conoció a un
hombre, que como dice la copla era rubio como la cerveza y con el brazo
tatuado. Se sentaba en el puerto y lo veía pasar mientras que descargaban la mercancía.
Solía volver cada tres o cuatro días, ya se tenía hecho un calendario con lo
que tardaba en volver según el destino.
Su nombre era Marina, el
de él la mar lo sabrá. Jamás conoció el nombre de ese marinero, nunca se
atrevió a dirigirle la palabra. Sentía que al hacerlo se esfumaría la magia que
había en él, quizás al hablar, al conocerlo, no fuera como se lo imaginaba.
Para ella era como un
rito, los días que él no estaba se los pasaba soñando como sería si algún día
se atreviera a conocerlo, a poder acariciar ese tatuaje que la volvía loca. Y
el día que sabía que vendría se levantaba a primera hora y se preparaba para ir
a verlo. Iba a casa de su amiga para que alguien la acompañara y no estar todo
el día sola, además, no podía mostrar tan claramente que se moría por sus
huesos, que no iba para pasar las horas muertas hablando con su amiga, sino
para verlo a él.
Lo malo eran los días en
que llovía. Esos días eran un puro infierno, tenía que pasar el día en casa,
teniendo que contemplarlo a través de la ventana cuando él iba a comer al bar
que se encontraba en la misma calle donde vivía Marina. Al menos tenía ese
consuelo, que a la hora de la comida lo podía ver atravesar la calle hasta
llegar al bar. Y allí tras los cristales esperaba a que saliera.
Pero un día faltó a su
cita. Llegó el barco, bajaron todos los marineros menos él. No sabía a que se
podía deber esto. Se vio en un momento con una gran angustia. Temía que le
hubiese pasado lo peor, no se movió hasta que se fue el barco y pudo comprobar
que él no venía en esta ocasión. ¿Qué le podría haber pasado? Temía que nunca
más volviera a aparecer por aquel puerto.
Marina regresó al otro
día con esperanzas de que en esta ocasión tuviera más suerte. El barco volvió
pero él no. Y así día tras día. Ella vagaba como alma en pena.
A partir de entonces va
todas las mañanas a esperar que regrese y así lleva ya más de cincuenta años
creyendo que algún día volverá, que cualquier día le dará la sorpresa y se lo
encontrará en el puerto, rubio como la cerveza y con el brazo tatuado.
*Incluído en el libro "Mirando al Sur"
(c) Sebastián García Hidalgo
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