Tengo que darle la vuelta
al casete. Tengo que ir hasta el otro lado del dormitorio. Lo mejor será
cambiar de cinta porque ésta está un poco gastada ya. Busco en la caja donde
tengo los recopilatorios grabados durante todos estos años. Llevamos tantas horas
perdidas escuchando la radio para ir encontrando todas esas músicas e ir
atrapándolas en esas decenas de casetes. Cuántas tardes hemos pasado juntos
encerrados en mi cuarto con la escusa de escuchar música. Podíamos repetir un
día tras otro sin que mis padres pudieran decir nada. Y lo mejor eran las
épocas de exámenes en que se quedaba en casa a estudiar toda la noche.
Compartíamos escritorio, horas de insomnio y otras tantas durmiendo en la misma
cama.
En el salón está mi padre
terminando de empaquetar los últimos bultos. Yo debería haber hecho lo mismo
con los mil recuerdos encerrados en mi dormitorio pero no habría suficientes
cajas para meter tantos.
- Milio ¿te queda mucho?
- No mamá.
- Pues date prisa que
tienes que ayudar a tu padre a bajar las cajas.
- Vale.
No deseo terminar nunca,
ni tener que abandonar estas cuatro paredes.
Tengo que decidir qué me
llevo y qué tiro. En el piso no puede quedar nada. Mi padre ya lo ha alquilado
y lo ocupan dentro de unos quince días. Por mí lo metería todo pero sé que esto
no me haría ningún bien. Cartas, entradas de cine, libros que leímos juntos.
Recuerdos de días que ya no volverán. Romper es desconectar por completo
con todo. Debo dejar atrás todo lo que no quiera que me acompañe en mi nueva
vida y Ale ya no lo hará más. Será duro tener que hacer borrón y cuenta nueva y
obviar que todos estos años sucedieron. Nunca podré olvidar tantos momentos de
felicidad, pero debo empezar a hacerlo y el primer paso es meter todo en una
bolsa y tirarlo en el contenedor.
Ya tengo una bolsa negra
de basura llena de retazos de un amor. Lo último que he encontrado han sido las
fotos de la acampada en el lago. Del día que nos dimos nuestro primer beso, del
que nos declaramos nuestros sentimientos. En todas salíamos agarrados por los
hombros cómplices del secreto que guardábamos. Nuestros compañeros completan la
escena ignorantes de qué significaban nuestras sonrisas. Hay en
especial una en la que salimos los dos solos. Que guapo es Ale. Lo amo. Va a
ser duro resignarse a no volverlo a ver. Ésta no puedo tirarla, me la quedaré y
éste será el único recuerdo que me lleve de los dos.
He terminado de ayudar a
mi padre a bajar todas las maletas. Solo queda dejarlo todo ordenado para
cuando venga mañana el camión de la mudanza se lo termine de llevar todo. Creo
que he visto a Ale en el parque de enfrente de mi bloque. Estaba sentado en un
banco vigilando todos nuestros movimientos. Intentaba esconderse tras unos
matorrales pero él es inconfundible. Me voy a asomar por la ventana de mi
cuarto con cuidado que no me vea.
Tiene hundida la cara
entre sus brazos, la levanta y se puede ver como llora desconsolado. Me rompe
el corazón. No puedo ver así a la persona que tanto amo. Por mi saldría
corriendo, lo abrazaría y lo consolaría. Me es imposible. Tengo que
controlarme. Yo intento ser fuerte pero mis lágrimas no. Inundan ya mis
parpados y las intento retener hasta que se desbordan y se precipitan por mis
mejillas.
“Ale te amo y te deseo”,
me gustaría gritarle desde la ventana. Los golpes con los nudillos de mi madre
en la puerta hacen volver mi mente a mi marcha y los aleja de deseos que
no me llevarán a nada.
Ultima vez que salgo de
este portal, al que nunca más volveré. No lo veo. Ya no está en el mismo banco.
¿Se habrá ido? Intento buscarlo pero sin llamar mucho la atención. No quiero
que se de cuenta como lo busco con ansiedad para poder verlo. Agacho la cabeza
cabizbajo. Mi intento de buscarlo ha sido en vano. Lo último que recordaré de
Ale será lo que vi desde mi ventana, como lloraba desconsolado al ver que
nuestra separación ya no tenía vuelta atrás.
Fragmento inédito de "Saberse olvidado"
(c) Sebastián García Hidalgo
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