Frío-frío,
como el agua del río
o caliente
como agua de la fuente
tibio-tibio
como un beso que calla
y se enciende
si es que acaso le quieres.
(J.L. Guerra)
La plaza está repleta de gente, todos van
deprisa de un lado para otro, cargando multitud de paquetes con regalos de
Navidad. La tarde es fría, desapetecible, todos se ocultan tras los abrigos y
las bufandas. Ya llega la noche, la negra noche nos inunda, nos abunda, se
agarra a todo nuestro alrededor su oscuridad, hasta que llegue el alba y nos la
desprenda.
Esta vorágine me hace recordar el día que
nos encontramos por primera vez. Tú ibas como todos, corriendo, con una bufanda
tapándote media cara, pero tenías algo que no tenían los demás y eran unos
brillantes ojos celestes encima de la bufanda. Unos ojos de bondad, de cariño.
Parece que te estoy viendo ahora, que te estás acercando a mí como entonces,
como aquella tarde de invierno. Yo iba como siempre voy, distraído, mirando al
suelo, con la mirada baja, en una búsqueda eterna sin fin, como si fuera
buscando algo que hubiese perdido. En mi distraído caminar nos encontramos o
mejor dicho nos atropellamos. Las bolsas que llevabas en las manos se te
cayeron. Me agaché para recogerlas y al incorporarme sólo pude ver tus ojos,
esos ojos grandes como el cielo, como la inmensidad del ocaso. Tan sólo me
distes las gracias y seguiste en tu caminar, con tus prisas de persona ocupada
de capital.
Aunque esta tarde es tan parecida a aquella,
falta algo, le falta un duende, un ser mágico, faltas tú, tu persona, tu
presencia, tu ser.
Un frío viento está recorriendo la plaza,
creo que es hora de abandonar este lugar e irme ya a casa, para esperar a que
llegue mañana y vuelva a venir con mi cabeza baja, mi mirada en el suelo y me
siente en esta silla de la cafetería y a través de la ventana miraré y miraré,
buscaré y buscaré a la persona que llevo buscando cada tarde desde que te
encontré una tarde fría como hoy.
*Incluído en el libro "Mirando al Sur"
(c) Sebastián García
Hidalgo
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