Con el cigarro en la mano camina
pausadamente por la calle. Va con su abrigo largo de piel, reminiscencia de lo
que fue algún día, ahora sólo es una mujer a la que todos ven pasar pero en la
que no se paran a ver. Cada día sale de su casa sin rumbo en sus pasos. Sólo se
detiene para dar una larga calada a su cigarrillo. Se para, se lleva el cigarro
humeante a sus labios, cierra los ojos y se traga el humo. Destacan sus uñas
largas color carmín. Abre los ojos para ver como salen los restos de humo por
su nariz. Cuando ya no queda ni un resquicio del cigarro en sus pulmones sigue
su camino. Ya no habrá nueva parada hasta que no vuelva a dar otra calada.
(c) Sebastián García Hidalgo
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