Érase una
vez que se era, un lejano país en el lejanísimo oriente, donde hace muchos años
que vivía un príncipe llamado Nasim, hijo del sultán del reino. Tenía catorce
años y el padre le estaba buscando una esposa para que cuando cumpliera la
mayoría de edad se casara y pudieran tener pronto descendencia, para que la
dinastía siempre estuviera segura y que no se perdiera. El gran sultán se
pasaba todo el día hablándole a su hijo de distintas princesas de reinos
cercanos para que se interesara en alguna. Cada una que le presentaba y de la
que le hablaba le era más indiferente que la anterior al pequeño príncipe.
Al futuro sultán le gustaba más pasar las horas
pensando en el exterior del palacio, en los campos que rodeaban a las
fortalezas de su padre, con sus cultivos variados y dispares, en el olor de los
naranjos, sobretodo cuando estaban en flor como sucedía ahora. Así que las
palabras que le decía su padre nos le eran importantes, no veía necesario tener
que estar con ninguna de aquellas mujeres que le traía el padre para ser feliz.
El sultán insistía que tenía que decidirse por una para irla preparando como la
futura esposa del sultán. Pero Nasim seguía sin querer casarse o al menos no
con ninguna de aquellas adolescentes princesas. Si para ser sultán tenía que
contraer matrimonio con una de esas mujeres que no le decían nada, prefería no
serlo, que lo fuera su hermano. No entendía muy bien eso de que tuviera que ser
él el sultán porque fuera el primogénito, y sino que lo dejaran gobernar pero
sin estar casado, ya que para ser un buen gobernante no veía necesario que
tuviera esposa, sólo una mente y espíritu limpios para llevar a su pueblo por
el buen camino y saber administrar el reino con sabiduría y orden.
Iban pasando los días y al padre se le iba
acabando la paciencia y el joven cada vez sentía más apatía por todas esas
jóvenes.
Un día que andaba Nasim paseando por los
jardines de palacio entre las flores de acacia, escuchando el sonido fresco del
agua de las fuentes y repasando el estudio del Corán, fue llamado por el gran
sultán para que conociera a otra joven. Estaba ya cansado de ver a tantas posibles
futuras esposas, se ausentó de palacio a la hora que debía haber estado con su
padre viendo a la chica y se escapó como solía hacer a menudo, fuera de las
lindes donde lo podía vigilar el sultán.
Nasim llegó hasta el mercado. Este lugar le
parecía mágico, tantos colores en la zona donde vendían las ropas y las telas,
tantas texturas distintas, tan llamativos colores, pero donde más disfrutaba
era con la comida con los olores mezclados de las distintas frutas, las
especias tan intensas que se vendían. Mareaba el olor tan distinto que había en
aquel lugar, olor dulce a azúcar mezclado con los fuertes condimentos para las
comidas como el azafrán, el clavo, el ajonjolí. También había mucha artesanía,
tenderetes con joyas de piedras preciosas, topacios, esmeraldas, amatistas,
engarzadas en collares, broches de oro, plata, alpaca. Artículos de madera
tallados a mano por laboriosos artesanos, figuritas, cajas, utensilios para la
casa.
Nasim se
fijo en una cajita labrada del tamaño perfecto para guardar los pocos recuerdos
que aun conservaba de su madre. Detrás del puesto quien estaba era otro chaval
como él, de piel morena pero con ropajes más roídos y descuidados que nuestro
pequeño príncipe.
El joven
comerciante se acercó más a Nasim para enseñarle la mercancía, para ver si éste
se interesaba un poco más por sus objetos. El chico se dio cuenta que no le
quitaba la mirada a la cajita de madera.
- ¿Por qué
no te la llevas?
- Que más
quisiera, pero no llevo dinero. No puedo pagarlo.
Nasim nunca
llevaba dinero, dentro de palacio no le era necesario y cuando salía fuera
siempre lo hacía acompañado, así que no le hacía falta llevarlo encima.
- No
importa, otro día me lo pagas. Yo sé quien eres.
- ¿Si?
El príncipe
se sorprendió que aquel joven dijera que lo conocía, le extrañaba. Nunca había
visto aquella cara o al menos eso creía, por lo menos en palacio nunca había
sido.
- Sí, sé
quien eres. Sé que eres el hijo del sultán, te he visto varias veces pasar por
esta calle acompañado por tu padre.
- Pues nunca
te había visto.
- Es que
procuro no estar visible. Me escondo, porque me da vergüenza que notes que te
observo. Te sigo por todo el mercado, hasta que terminas el paseo con tu padre
y volvéis a palacio. Me gusta ver como vistes, tu porte, con la elegancia que
andas, lo guapo que se te ve.
- Me
sorprende que alguien se interese en seguirme.
El joven
comerciante a lo largo de toda su explicación fue cambiando su tono de piel a
un sonrojo y una caída de ojos como avergonzado de todo lo que estaba
confesando al que según él era un guapo príncipe.
- Así que
por favor llévate la caja y un día que pases aquí con el sultán en vuestro
paseo semanal me lo pagas.
Nasim tomó
la caja entre sus manos, la acarició suavemente y sintió su tacto fino y pulido
de la madera. El joven comerciante lo miró sonriendo con satisfacción de poder
complacer al joven y guapo príncipe.
- Me lo
llevaré, pero mañana mismo haré que alguien de palacio venga a traerte el
dinero sin demora.
- No tiene
que ser mañana, cuando te sea posible.
- Mañana
mismo estará aquí el dinero y sino te lo traigo yo personalmente.
- Si es así
con tu compañía mucho mejor.
- Gracias...
Nasim se
quedó pensativo ya que no sabía el nombre de aquel chico y no podía dirigir a
nadie aquel agradecimiento.
- Mi nombre
es Hosayn.
- El mío
Nasim.
El príncipe
regresó a palacio con la caja debajo del brazo y con el recuerdo de la cara y
la voz de Hosayn en la mente. Iba inmerso en el recuerdo de aquel chico cuando oyó su nombre de boca del gran sultán.
Ya había entrado en los jardines de palacio y su padre lo había visto llegar.
Se notaba en su voz la furia y la rabia que despedía al reclamar la presencia
de su hijo. La angustia le salía por los ojos, estaba ya ante la presencia de
su padre con la cabeza agachada y con la cajita aun debajo de su brazo. Nunca
en su todavía corta vida le había visto tan furioso, no era normal el estado en
el que halló a su padre.
- ¿Dónde te
has metido?
- He ido al
mercado.
- ¿No te
había dicho que hoy tenías que estar en palacio?
- Se me
olvidó padre.
- No pones
interés en encontrar a tu futura esposa.
- Lo siento
padre, pero es que me entretuve con un chico en el mercado.
- ¿Con
quien? Si tú no conoces a nadie fuera de palacio.
- Es un
comerciante de mi edad y me vendió esta cajita para guardar las cosas de madre.
- Yo
buscándote pareja y tú mientras tanto conociendo chicos por ahí. A quien tienes
que conocer es a la futura sultana.
A la mañana
siguiente Nasim madrugó todo lo que puedo para ir a ver a Hosayn. El sol
empezaba a lucir detrás de las torretas de palacio. Los primeros rayos bañaban
el dormitorio del joven y, según el comerciante, guapo príncipe. Se puso la
ropa que pudiera impresionar más al mercader y con la que éste le pusiera más
atención al verlo.
- Aquí
tienes tu dinero.
- Gracias.
Se miraron
durante un rato a los ojos, el instante fue eterno, la mirada de ambos brillaba
en la profundidad. El tacto de sus manos al roce de sus pieles al estregarle
Nasim las monedas fue dulce.
- ¿Siempre
estás aquí en el mercado?
- No, sólo
vengo a veces a ayudar a mi padre, pero me escapo muy a menudo.
- Yo también
me suelo escapar del lado de mi padre.
Los dos
sonrieron a la vez, las miradas seguían unidas en aquella intención de nunca
dejar de mirarse con esa fijación.
- Me hace
gracia cuando sonríes Nasim.
- ¿Por qué?
El príncipe
quedó serio sin esbozar ni una leve sonrisa.
- Se te ve
más importante, más distinguido, más guapo.
- No me
digas esas cosas que me ruborizo.
Era cierto,
Nasim era muy tímido y cualquier halago que le hacían le servía de inmediato
para sentirse incomodo.
- Bueno
Hosayn, me marcho, a ver si nos podemos ver pronto.
- Si quieres
dentro de un rato cuando termine de ayudar a mi padre a colocar las cosas.
- Vale,
cuando tú quieras.
- Espérame
junto al patio de los naranjos. Voy enseguida. ¿Sabes donde es?
- Muy a
menudo también me pierdo allí para sentirme solo y libre.
Nasim
esperaba la llegada de su amigo embriagado con el olor del azahar de los
naranjos. Cuantas veces había paseado entre aquellos árboles y hoy lo haría
acompañado de Hosayn. Y así fue, durante toda la mañana estuvieron juntos por
aquellos lugares solitarios que aun esperan que se caigan la flor del naranjo
para que salga su fruto y sea la recolecta. Ambos caminaban entre los árboles
floridos como si fueran dos viejos amigos que recuerdan tiempos pasados que han
de recordar para no olvidar. También podían pasar por ser unos amantes
cortejándose entre el perfume embriagador de los naranjos.
Pasó el
tiempo y los jóvenes crecieron al igual que su relación. Entre el paso de las
estaciones, de los años, de sus paseos furtivos y secretos, había crecido el
amor entre ellos, se habían enamorado el uno del otro. La felicidad entre ellos
era inmensa, nada los hacía decaer de su enamoramiento.
Nasim y
Hosayn cumplieron la mayoría de edad. Habían dejado de ser aquellos
adolescentes que empezaron jugando y paseando por los naranjos en flor para
pasar a ser ya todos unos hombres. Hosayn pronto se haría cargo del negocio de
su padre, ya estaba mayor y no podía llevar tanto trabajo a su cargo.
El gran
sultán en todo este tiempo no había desistido en su empeño de buscar la esposa
de su hijo mayor, mientras que este seguía sin decidirse por ninguna, ya que no
tenia interés en encontrarla, solo deseaba en tener tiempo para escaparse un
rato y estar junto a Hosayn. Sabía que si hacía lo que su padre deseaba y
elegía entre todas aquellas mujeres a la futura sultana y se casaba con ella,
iba a ser el sultán mas desgraciado que jamás había existido en aquel reino, ya
que no estaría con quien de verdad quería vivir, del que deseaba su corazón y
su alma. No sabía si aquel amor entre hombres estaba permitido por el Corán,
pero tampoco tenía intención de preguntarlo no fuera a ser que se enterara su
padre e hiciera que nunca más se volvieran a ver Hosayn y él.
El sultán
cansado de las indecisiones de su hijo mandó llamar ante su presencia a su
primogénito.
- Te he
hecho llamar para informarte que tienes que elegir esposa antes que termine el
otoño, sino me veré en el deber de tomar esa decisión por ti.
- No puedes
padre.
- Para esta
primavera tendrá lugar tus nupcias.
Nasim se
retiró apesadumbrado a su cuarto donde se limitó a llorar. De sus ojos no
dejaban de brotar lágrimas de amargura y
de rabia hacia su padre. Pensaba en como le diría a Hosayn todo aquello que le
acababa de comunicar su padre, sabía que le haría un daño enorme e irreparable
si le decía que en unos meses se casaría.
Así fue, le
destrozó el corazón, creía que le había explotado en su pecho, que había dejado
de latir en el mismo instante que Nasim pronunció las palabras malditas. Se
quedó sin hablar, sin pronunciar ni una sola palabra ni hacer ningún gesto.
- Dime algo
por favor.
- No puedo.
No sé que decir.
- Igual
estoy yo. Yo no me puedo casar con alguien que no quiero.
- Niégate a
casarte.
- No puedo,
mi padre me casará a la fuerza.
- Inténtalo
al menos.
Ese día no
pasearon con la misma calidez que de costumbre, el frío del otoño se les había
metido en el cuerpo y no podían sacarlo. Llegó la hora de separarse, Hosayn se
acercó a Nasim y cuando lo tuvo frente a frente lo besó, era la primera vez que
se daban un beso, un beso de amor. Y le repitió a Nasim que lo intentara con su
padre, que pensara en su felicidad.
Todo el
cuerpo le temblaba, le daba miedo enfrentarse a su padre, pero no tenía más
remedio que hacerlo si quería seguir con Hosayn. Se armó del poco valor que le
quedaba en el cuerpo de aquel ya no tan joven príncipe. Habló con toda la
entereza y la serenidad que pudo con su padre. Le dijo que no podía casarse
porque no había ninguna mujer que le gustara, que renunciaba a ser sultán, que
lo fuera su hermano. El gran sultán enfureció hasta ponerse rojo de la rabia.
- Te casarás
el primer día de la primavera con la princesa que yo elija y hasta entonces no
saldrás de palacio preparándote para las celebraciones de tu boda.
Nasim lloró
como nunca había hecho hasta entonces. Se llevó días sin comer, sólo hacia
llorar y vagar por entre los jardines de palacio, era un alma sin sentido.
Mientras, la
noticia de la boda se corrió por todo el reino hasta llegar a conocimiento de
Hosayn. Intentó por todos los medios comunicarse con Nasim, pero el gran sultán
lo había incomunicado y era imposible hablar con él.
Llegó el día
de la boda de Nasim con la esposa que su padre le había elegido. Iba a ser una
gran ceremonia donde estarían los reyes de reinos lejanos para presenciar la
unión entre estas dos personas. A Nasim lo vistieron con las mejores telas, lo
trataron como el gobernante que en un futuro iba a ser.
El pueblo
también se había vestido de fiesta. Todos estaban contentos con esta nueva
boda, menos Hosayn, que desde que había tenido que dejar de ver a Nasim ya no
era el mismo. Se le había agriado el carácter, siempre estaba tenso y
desagradable. El aspecto del novio tampoco era el más adecuado para la ocasión,
por fuera tenía las sedas más caras, las joyas más bellas, pero por dentro
estaba destruido, su corazón estaba con Hosayn y no con aquella joven que sólo
había visto cuatro veces y por la que no sentía ningún aprecio, tan solo lástima
por su obligación a casarse con alguien que nunca la iba a querer, por que él
quería a Nasim.
Ya era la
hora de la boda, todo estaba listo, cada uno ocupaba su lugar. Sólo faltaba el
novio, aun no había aparecido el príncipe. Fueron a buscarlo a su habitación,
pero allí no había nadie, estaba vacía. En el suelo encontraron el traje con el
que se iba a casar, lo había tirado junto a las joyas. Buscaron por todo el
cuarto y no faltaba nada, sólo Nasim y la pequeña cajita con las cosas de su
madre.
Hosayn
lloraba entre los naranjos que aun estaban a medio florecer. Sabía que a esa
hora Nasim ya se habría casado. Notó la presencia de alguien a sus espaldas y
escuchó como decían su nombre El oír su nombre le hizo reaccionar por un
instante.
- Hosayn, he
venido a buscarte, para irnos lejos y ser felices los dos juntos.
Se abrazaron
fuerte el uno contra el otro y el azahar se terminó de abrir para dar paso a su
blancura y su perfume.
Nasim y
Hosayn viajaron muy lejos y allí fueron completamente felices. Y colorín
colorado esta historia que quizá algún día existió se ha terminado.
*Incluído en el libro "Mirando al Sur"
(c) Sebastián García Hidalgo
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