domingo, 9 de junio de 2013

VIGILANTES DE LA NOCHE




Aquella noche era como cualquier otra en la obra. Junto al edificio medio erguido teníamos una fogata al igual que todas las frías noches donde nos resguardábamos del helado viento. Allí nos reuníamos varios vigilantes de diferentes obras a la hora del descanso mientras que nos comíamos los bocadillos y nos tomábamos el café calentito que preparaba todas las noches Antonio en aquella fogata. Tomábamos las tazas de hojalata entre nuestras manos para que entraran en calor nuestros miembros mientras que nosotros sentíamos pasar cada gota de café por nuestro organismo. Los perros se echaban junto al bidón ardiente con sus huesos roídos en la boca esperando que siguiéramos de nuevo con la ronda.
A veces tenemos miedo de separarnos porque nunca se sabe con que nos podemos encontrar en esas oscuras noches en las que la luna no ilumina por estar oculta tras nubes. A pesar de los perros, los vigilantes somos atacados para quitarnos lo poco que podemos llevar y por unas míseras pesetas nos puede caer una  tremenda paliza. Y aquella era una de esas noches en las que no se veía más allá de donde alcanzaban los reflejos de la hoguera.
Terminé el café y agarré a Golfo, mi perro guardián, para darme el paseo nocturno por la futura sucursal de un importante banco francés.

"¿Quién anda ahí?", fue lo único que en ese instante tras escuchar el ruido en lo que dentro de poco será la entrada del banco y donde colocarán a un guarda jurado muy uniformado y que no correrá ni la mitad del peligro que nosotros, vigilantes de la noche. El ruido finalizó al momento de empezar, había sido un golpe seco y brusco que sólo podía ser un ser animado, quizás una alimaña o un bandido que venía en busca de las cinco mil pesetas que había cogido antes de salir para invitar a mis compañeros y celebrar mi cuarenta cumpleaños.
De nuevo,"¿Quién va?", la tensión aumentaba, las manos me temblaban y no alcanzaba a coger la linterna que llevaba en el bolsillo posterior del pantalón. Logré tenerla en mis manos, la encendí y descubrí a Golfo con el lomo erizado y los dientes amenazantes. Iluminé los alrededores con la pobre luz y no pude ver más que vigas y ladrillos amontonados. Seguí al frente cauteloso con cuidado de no pisar nada para no caerme. Volví a escuchar pasos, esta vez a  mis espaldas. Me giré rápido e iluminé un amasijo de trapos viejos y sucios que se movía, me acerqué, Golfo ladraba desesperado como si hubiese visto al diablo. Agarré una de las telas, Golfo ladraba, la levanté. Golfo no paraba, iluminé debajo de los trapos raídos. Golfo ladraba aún más y lo que vi me dejó sorprendido, más que si hubiese visto a un ladrón, un drogadicto con el mono asechándome con una vara para golpearme o con una navaja para rajarme. Debajo de aquel ropaje descubrí la cara de un niño que temblaba como un cachorro indefenso abandonado por su madre. Me miraba con la misma admiración con que yo a él, me acerqué, cuanto más cerca estaba más se cobijaba en su interior.  En cuanto lo cogí entre mis manos dejó de temblar como si entre mis brazos encontrara el calor que antes buscaba entre sus raídos ropajes.

Lo llevé junto a la fogata donde aún quedaba una poca de leche del café que antes me tomé junto a mis compañeros. Se la tomó y se acurrucó entre mis piernas donde durmió plácidamente hasta que llegaron mis compañeros y con sus voces de admiración lo despertaron. Los miraba con mirada de extrañeza, tenía que hacer mucho tiempo que no estaba junto a personas, parecía sacado del libro de la selva.
Se apartó de mi lado y se puso amenazante a cuatro patas como hacía Golfo cuando veía cosas que no le eran de su agrado. Usaba sus manos como si fueran zarpas para atacarnos, nos enseñaba los dientes, verdaderamente parecía algún personaje sacado de alguna novela en los que se crían niños bajo la tutela de animales salvajes. Ninguno nos atrevimos a acercarnos, Golfo y los demás perros se pusieron en guardia esperando nuestras órdenes de ataque, que nosotros por supuesto no dimos. Salió corriendo entre la oscuridad donde desapareció al igual que apareció, no dejando rastro.





Al otro día dimos parte a la policía y enseguida se pusieron a buscarlo pero aún hoy en día después de quince años sigue sin aparecer, aunque aún creo verlo en mis largas caminatas con Golfo por el lugar. 


*Incluído en el libro "Mirando al Sur"  

(c) Sebastián García Hidalgo

No hay comentarios:

Publicar un comentario