viernes, 17 de agosto de 2012

ÚLTIMA ESTACIÓN


Con un poco de azúcar es como tomo el café cada mañana cuando me despierto al oír el odioso despertador. He pensado mil veces en cambiar el timbre de la alarma pero como eso no hará que cada día se deje de repetir el ritual diario, pues para que molestarme.
Suena el despertador y durante un par de minutos sigo revolviéndome entre las sábanas arrugadas, me pregunto como puede ser que en las películas cada vez que se levantan están tan planchadas como cuando se acostaron, quizás deba cambiar de detergente o suavizante, o simplemente dejar de creerme lo que veo en la pantalla, que la realidad no es igual. No existen los príncipes azules, y la ropa de la cama de toda persona humana cuando se levanta amanece hecha un amasijo.
Después de sonar por segunda vez el endemoniado despertador ya me levanto con los ojos aun medio cerrados. Entro en el cuarto de baño y me aseo, dicen que el agua fría despierta y además es bueno para la piel, pero para lo único que me sirve es para ponerme aun de más mal humor y para sentirla como cuchillos de hielo que se me clavaran en la cara. Cualquier día mato al redactor que se las da de especialista en la revista de moda y belleza que compro cada mes y que para lo único que me sirve es para tirar algunos euros a la basura.
Luego intentar desayunar, o al menos a guarrear el café con un par de galletas María, que simples son, pero que ricas están, aunque a estas horas de la mañana no entran ni aunque fueran unos bombones de chocolate suizo. Al final termino tomándome el café con un poco de azúcar y dos galletas, recién levantada no puedo meterme nada en el estomago.

Quería romper con la rutina diaria, pero ¿como hacerlo? solo hay una forma y es muy difícil. Acertando todos los números de una lotería, pero es imposible ya que no juego, no creo en el azar. Así que a sufrir cada mañana esa misma tortura para llegar al trabajo con tiempo a las nueve.
Cojo el tren de cercanías y luego el metro. Siempre las mismas caras, los mismos individuos, los mismos gestos y las mismas conversaciones. Para evitarlos me pongo mis auriculares y allí dormito con las noticias diarias de primera hora.


Día agotador, larga jornada de trabajo, luego almuerzo con unas amigas y para terminar la tarde de compra con otras. Ha sido otro día monótono en la tienda, doblando ropa, atendiendo clientes que lo único que hacen es revolver las estanterías y luego no llevarse nada. Odio las épocas de rebajas, mucho mirón suelto pero con poco en la cartera.


Al mediodía comer con unas amigas de la librería de al lado de la tienda donde trabajo. Un sitio de esos de menús donde no cabe ni un alfiler pero que se le va a hacer con el sueldo mísero que tengo, pero bueno se come bien y que más quiero por nueve euros.

Cuando cerramos a las ocho y media aprovechamos y fuimos hasta un centro comercial, menos mal que ellos cierran más tarde que las tiendas del centro. Corriendo para encontrar algo que pueda aprovechar. Y como si no hubiese tenido bastante con las aglomeraciones del día, ahora nos metemos en estos comercios que los que están son gente como yo intentando aprovechar hasta el último minuto del establecimiento para encontrar aquello que nunca encontraremos pero que hasta el último segundo no dejaremos de buscar.


No he encontrado nada, casi una hora desnudándome y vistiéndome casi cien veces en los fríos vestuarios para venirme como fui, bueno miento, sí me he traído unas medias que no me hacen falta, pero por no irme con las manos vacías. Para que coño me habré comprado estas medias, si yo casi ni las uso y de este color aun menos, de negro que horror, mejor hubiese sido terminar a las ocho y media en la tienda y venirme a casa, o sino, haber cogido el dinero de las medias y haberme tomado unas cervezas con mi amiga, porque bien cara que me han costado, se las tendré que regalar a alguien.

Ahora cenaré ligero, algo de fruta y a la cama. Acostada me pondré a leer el tostón que me regalaron en Navidades. Me pregunta cada vez que le veo que si me gustó el libro y por no decirle que es una cosa insoportable, me lo terminaré y cuando me lo vuelva a encontrar, le tendré que decir que fue muy grata su lectura y que me gustó mucho. Lo malo es que al año que viene me vuelva a regalar algo como esto ya que ve que me gusta.

Pues nada mejor dormir y descansar, mañana será otro día. Buenas noches.


Ring, ring, otro tedioso día en mi monótona vida. Otro frió día de invierno aquí en Madrid. No quiero salir de la cama, que a gusto estoy aquí calentita, ahora poner los pies en el frío suelo, porque como cada mañana no tendré cerca las zapatillas, anoche en un arrebato de agotamiento y angustia las volví a revolear. Me voy a abrigar hasta no poder ver ni un trozo de mi piel, unas medias tupidas, vaqueros, jersey de lana, mis botas altas, abrigo largo y bufanda. Iré acolchada pero desde aquí a la tienda no pienso pasar frío, aunque luego me montaré en el tren y estará la calefacción puesta y me moriré de calor, pero todo sea por no morir de una hipotermia.


Ya me he tomado mi café con magdalenas, hoy he cambiado, me gusta la aventura. Voy caminando hasta la estación para coger el cercanías, me cruzo con gente que van como el día, fríos. Ya a estas horas las calles van llenas de gente, empiezan a salir de sus casas para trabajar. También me encuentro con madres peleando con sus hijos camino del colegio, pobres chiquillos con lo pequeños que son ya madrugando.

En el vagón del tren los mismos de siempre, el ejecutivo pegado al teléfono móvil y con su maletín en la mano, traje impecable con corbata a juego con la camisa, la chica con su carpeta de colores y con una gran margarita en uno de sus lados, una empleada de unos grandes almacenes con su uniforme característico y su bolso transparente, y al final del vagón como sumido en sus pensamientos …, un chico nuevo, nunca lo había visto por aquí, o ha cogido el tren a destiempo o es que será un nuevo acompañante de mis viajes ferroviarios diarios, ojala que así sea.
Que guapo, tendrá mi edad mas o menos, alrededor de los treinta, la verdad se le ve poco la cara ya que lleva la bufanda tapándole hasta los ojos, pero que ojos. Ojos profundos, penetrantes, de una claridad hipnotizantes, pelo alborotado y descuidado cayéndole por la frente. Que tonta, ni que  me hubiese gustado, pues sí, me ha fascinado.
Que pena ya he llegado a mi destino, me tendré que bajar del tren y perder de vista a este ángel que me ha alegrado la mañana hoy. Él también se pone en pie así que parece que tenemos el mismo destino. Lo sigo hasta la calle pero allí ya lo tengo que perder ya que ambos cogemos caminos contrarios, desearía disfrutar un poco mas de él. Solo me queda esperar que mañana vuelva a coger el mismo vagón.

Hoy el día ha pasado más rápido, todo el tiempo pensando en esos ojos claros, no me ha molestado nada, ni los clientes pesados de turno, ni mi encargado con sus órdenes sin sentido. Solo soñaba con que a la vuelta también me acompañaran en el viaje, pero no, hoy venía más solo que de costumbre, quizás el frío ha recogido a la gente antes. Cuando llegue me acostaré pronto para pasarme toda la noche con sus ensoñaciones. Buenas y dulces noches.

Aquí estoy, he vuelto, no puedo dormir, ¿y si mañana no lo veo? ¿Y si nunca más lo vuelvo a ver en mi vida? Cualquiera que me vea como estoy se creerá que estaba hablando de mi amor de años y no de una visión de un rato, quizás me esté volviendo loca por la ausencia de alguien a quien querer y por eso sienta estas gilipolleces como una tonta adolescente.
Bueno me iré a la cama a ver si ahora sí me duermo. De nuevo buenas noches, ya mejor buenas madrugadas.

Fin de las rebajas, ya nueva temporada. Hoy esperemos que esté la cosa más tranquila en la tienda, ayer con eso de ser el último día la gente vino a la tienda con la esperanza de encontrar la última ganga, pero ya en estas fechas es difícil, los clientes tienen ya muy registrados todos los percheros y se han llevado todo lo bueno a estas alturas.
Cada día me levanto más ilusionada con la idea de tomar el tren y poder verlo. Desde hace más de un mes se monta en el mismo vagón que yo aquel chico de ojos claros. Espero algún día poder hablar con él, comenzar una amistad, pero soy muy vergonzosa y eso será una tarea que nunca se llevará a cabo. Más de una mañana nos hemos cruzado un par de saludos cordiales al vernos, a estas personas con las que repites cada día en tu mismo trayecto los ves más que a tus amigos, y ya por simpatía y amabilidad saludas todos los días como si fueran conocidos de toda la vida, aunque en verdad no sabes ni su nombre.
No sé que ponerme hoy, nunca me había costado elegir tanto mi vestuario como en este último mes. Sé que no se va a fijar en mi y que por mucho que  desee no llegaremos más que a ese saludo y cruce de miradas, bueno media mirada, ya que en cuanto entra en el tren, me mira y me saluda, bajo la cara y le contesto como si conmigo no fuera, yo creo que incluso alguna vez me he tenido que sonrojar, él pensará que vaya imbécil por evitarle la mirada, pero yo creo que a él en el fondo le gusta esa timidez mía ya que cada día repite el mismo ritual, o quizás lo haga por simple cortesía y educación y no se fija en si yo le contesto o no, aunque alguna vez lo he pillado mirándome y sonriéndose cuando se da cuenta de mi niñería.
Ya soy muy mayor para estas tonterías, el once de marzo cumplo los veinticinco años, si fuera una adolescente de unos dieciséis años como parece ser la chica de la carpeta con la margarita, pero con mis años tendría que dejarme de estos juegos y buscarme una pareja de verdad y no amores platónicos de adolescencia.

Como se nota que el frío se está alejando poco a poco, la gente se va liberando de ropa. La dependienta del bolso transparente ha cambiado el jersey por una blusa y una rebeca, la chica de la carpeta ya no lleva el gorro ni la bufanda, bueno el ejecutivo de traje sigue igual con su chaqueta y su corbata a juego, lo único que ya no lleva es la gabardina. Como vendrá hoy él, estos días también se ha ido liberando de ropa, para dejar más a la vista su figura definida, pero como siempre irá muy deportivo, imposible por su ropa saber a lo que se dedica.

Ya hasta me parece que el despertador tiene un sonido celestial, antes de que suene ya estoy despierta a la espera de irme a trabajar. Quien me iba a decir hace un par de meses que estaría con estas ganas de levantarme, no hay nada como una buena motivación y yo la tengo.
Hoy voy con tiempo, así que no cogeré el metro, sino que voy a seguirlo a ver donde va.

Nos hemos encontrado como cada día, ambos con los auriculares puestos y evadidos en nuestros mundos. Cuando llegamos a nuestro destino he dejado que él se adelantara para poder así seguirlo mejor. Hemos salido al exterior y entre el gentío he conseguido seguir sus pasos.
La primavera se acerca y va poniendo en marcha los cuerpos.
Mañana es mi cumpleaños y yo aquí obsesionada en ir tras un desconocido. Mejor me vuelvo y no continúo con esta persecución sin sentido. Me volveré por donde he venido y a meterme en la boca del metro. Pero ya que he dado estos primeros pasos, ¿porque no seguir tras él?, es que esto no me llevará a ningún lado, solo a perder el tiempo, para que quiero saber a donde se dirige, ni que yo fuera un perrito faldero para perseguirlo. Aquí parada casi lo he perdido ya de vista, está al final de la calle, dispuesto a girar en la esquina, en cuanto coja a la derecha lo perderé por completo de vista. Qué hago, tengo tiempo, esta semana no tengo que hacer apertura, así que me queda aun bastante para tener que llegar a la tienda. Ya que he llegado hasta aquí mejor seguir y ver hasta donde llega.
Aceleraré el paso para poder alcanzarlo. Si él se diera cuenta seguro que me tomaría por una loca desquiciada y lo más seguro es que le diera miedo. Si yo viera que un paranoico me sigue hasta el trabajo lo primero que haría seria llamar a la policía, pero sin embargo yo estoy haciéndolo.
Ha llegado hasta un taller de informática, se ha sacado las llaves del bolsillo y ha abierto el cierre metálico. Ya sé a lo que se dedica, ya me puedo ir contenta, mi misión ha salido perfecta, todo a pedir de boca, quizás deba dejar mi trabajo de dependienta y poner una agencia de detectives. Ahora volver para tomar el metro y para el trabajo.
Mañana para mi cumpleaños no voy a hacer hada en especial solo tomar unas copas con unos amigos, me gustaría invitarlo, pero se quedará todo en un sueño.

Veinticinco años, un cuarto de siglo, nunca me había sentido tan joven como esta mañana. Esta noche a celebrarlo con algunos amigos pero dentro de un rato a celebrarlo con la compañía de este chico. Como me gustaría saber su nombre para poder referirme a él por su nombre.
Se acaba de montar en el tren y me ha mirado sonriendo. Se sentó a mi lado, es la primera vez en todo este tiempo que lo tengo tan cerca, tiene por costumbre ponerse en donde haya menos gente, pero hoy habiendo otros sitios libres se ha sentado en el lugar contiguo a mi. Me da los buenos días con una alegría no común en él.
Está al lado sentado en silencio como de costumbre con la mirada al frente y sus auriculares puestos, se los quita, me mira y de pronto me habla. “¿Por qué no entraste ayer en mi taller?”. Mundo trágame, me había visto seguirlo el día anterior. Que hago, agacho la cabeza y me muero de la vergüenza o me levanto, me cambio de asiento y nunca más vuelvo a coger este tren o simplemente le doy unas disculpas por mi actitud del día anterior. Pero nada de esto es lo que deseo hacer, lo que me gustaría es invitarlo esta noche a mi cumpleaños, que es lo que haré y que sea lo que Dios quiera. “¿Te vienes esta noche a mi cumpleaños?, solo seremos unos cuantos amigos para tomarnos unas copas.” A lo que él responde. “Por supuesto”.
Este once de marzo día de mi veinticinco cumpleaños será un día que nunca podré olvidar.
Estamos a punto de llegar a la estación.


(c) Sebastián García Hidalgo


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