martes, 27 de noviembre de 2012

NASIM




Érase una vez que se era, un lejano país en el lejanísimo oriente, donde hace muchos años que vivía un príncipe llamado Nasim, hijo del sultán del reino. Tenía catorce años y el padre le estaba buscando una esposa para que cuando cumpliera la mayoría de edad se casara y pudieran tener pronto descendencia, para que la dinastía siempre estuviera segura y que no se perdiera. El gran sultán se pasaba todo el día hablándole a su hijo de distintas princesas de reinos cercanos para que se interesara en alguna. Cada una que le presentaba y de la que le hablaba le era más indiferente que la anterior al pequeño príncipe.
Al futuro sultán le gustaba más pasar las horas pensando en el exterior del palacio, en los campos que rodeaban a las fortalezas de su padre, con sus cultivos variados y dispares, en el olor de los naranjos, sobretodo cuando estaban en flor como sucedía ahora. Así que las palabras que le decía su padre nos le eran importantes, no veía necesario tener que estar con ninguna de aquellas mujeres que le traía el padre para ser feliz. El sultán insistía que tenía que decidirse por una para irla preparando como la futura esposa del sultán. Pero Nasim seguía sin querer casarse o al menos no con ninguna de aquellas adolescentes princesas. Si para ser sultán tenía que contraer matrimonio con una de esas mujeres que no le decían nada, prefería no serlo, que lo fuera su hermano. No entendía muy bien eso de que tuviera que ser él el sultán porque fuera el primogénito, y sino que lo dejaran gobernar pero sin estar casado, ya que para ser un buen gobernante no veía necesario que tuviera esposa, sólo una mente y espíritu limpios para llevar a su pueblo por el buen camino y saber administrar el reino con sabiduría y orden.

Iban pasando los días y al padre se le iba acabando la paciencia y el joven cada vez sentía más apatía por todas esas jóvenes.
Un día que andaba Nasim paseando por los jardines de palacio entre las flores de acacia, escuchando el sonido fresco del agua de las fuentes y repasando el estudio del Corán, fue llamado por el gran sultán para que conociera a otra joven. Estaba ya cansado de ver a tantas posibles futuras esposas, se ausentó de palacio a la hora que debía haber estado con su padre viendo a la chica y se escapó como solía hacer a menudo, fuera de las lindes donde lo podía vigilar el sultán.

Nasim llegó hasta el mercado. Este lugar le parecía mágico, tantos colores en la zona donde vendían las ropas y las telas, tantas texturas distintas, tan llamativos colores, pero donde más disfrutaba era con la comida con los olores mezclados de las distintas frutas, las especias tan intensas que se vendían. Mareaba el olor tan distinto que había en aquel lugar, olor dulce a azúcar mezclado con los fuertes condimentos para las comidas como el azafrán, el clavo, el ajonjolí. También había mucha artesanía, tenderetes con joyas de piedras preciosas, topacios, esmeraldas, amatistas, engarzadas en collares, broches de oro, plata, alpaca. Artículos de madera tallados a mano por laboriosos artesanos, figuritas, cajas, utensilios para la casa.
Nasim se fijo en una cajita labrada del tamaño perfecto para guardar los pocos recuerdos que aun conservaba de su madre. Detrás del puesto quien estaba era otro chaval como él, de piel morena pero con ropajes más roídos y descuidados que nuestro pequeño príncipe.
El joven comerciante se acercó más a Nasim para enseñarle la mercancía, para ver si éste se interesaba un poco más por sus objetos. El chico se dio cuenta que no le quitaba la mirada a la cajita de madera.
- ¿Por qué no te la llevas?
- Que más quisiera, pero no llevo dinero. No puedo pagarlo.
Nasim nunca llevaba dinero, dentro de palacio no le era necesario y cuando salía fuera siempre lo hacía acompañado, así que no le hacía falta llevarlo encima.
- No importa, otro día me lo pagas. Yo sé quien eres.
- ¿Si?
El príncipe se sorprendió que aquel joven dijera que lo conocía, le extrañaba. Nunca había visto aquella cara o al menos eso creía, por lo menos en palacio nunca había sido.
- Sí, sé quien eres. Sé que eres el hijo del sultán, te he visto varias veces pasar por esta calle acompañado por tu padre.
- Pues nunca te había visto.
- Es que procuro no estar visible. Me escondo, porque me da vergüenza que notes que te observo. Te sigo por todo el mercado, hasta que terminas el paseo con tu padre y volvéis a palacio. Me gusta ver como vistes, tu porte, con la elegancia que andas, lo guapo que se te ve.
- Me sorprende que alguien se interese en seguirme.
El joven comerciante a lo largo de toda su explicación fue cambiando su tono de piel a un sonrojo y una caída de ojos como avergonzado de todo lo que estaba confesando al que según él era un guapo príncipe.
- Así que por favor llévate la caja y un día que pases aquí con el sultán en vuestro paseo semanal me lo pagas.
Nasim tomó la caja entre sus manos, la acarició suavemente y sintió su tacto fino y pulido de la madera. El joven comerciante lo miró sonriendo con satisfacción de poder complacer al joven y guapo príncipe.
- Me lo llevaré, pero mañana mismo haré que alguien de palacio venga a traerte el dinero sin demora.
- No tiene que ser mañana, cuando te sea posible.
- Mañana mismo estará aquí el dinero y sino te lo traigo yo personalmente.
- Si es así con tu compañía mucho mejor.
- Gracias...
Nasim se quedó pensativo ya que no sabía el nombre de aquel chico y no podía dirigir a nadie aquel agradecimiento.
- Mi nombre es Hosayn.
- El mío Nasim.

El príncipe regresó a palacio con la caja debajo del brazo y con el recuerdo de la cara y la voz de Hosayn en la mente. Iba inmerso en el recuerdo de aquel chico  cuando oyó su nombre de boca del gran sultán. Ya había entrado en los jardines de palacio y su padre lo había visto llegar. Se notaba en su voz la furia y la rabia que despedía al reclamar la presencia de su hijo. La angustia le salía por los ojos, estaba ya ante la presencia de su padre con la cabeza agachada y con la cajita aun debajo de su brazo. Nunca en su todavía corta vida le había visto tan furioso, no era normal el estado en el que halló a su padre.
- ¿Dónde te has metido?
- He ido al mercado.
- ¿No te había dicho que hoy tenías que estar en palacio?
- Se me olvidó padre.
- No pones interés en encontrar a tu futura esposa.
- Lo siento padre, pero es que me entretuve con un chico en el mercado.
- ¿Con quien? Si tú no conoces a nadie fuera de palacio.
- Es un comerciante de mi edad y me vendió esta cajita para guardar las cosas de madre.
- Yo buscándote pareja y tú mientras tanto conociendo chicos por ahí. A quien tienes que conocer es a la futura sultana.

A la mañana siguiente Nasim madrugó todo lo que puedo para ir a ver a Hosayn. El sol empezaba a lucir detrás de las torretas de palacio. Los primeros rayos bañaban el dormitorio del joven y, según el comerciante, guapo príncipe. Se puso la ropa que pudiera impresionar más al mercader y con la que éste le pusiera más atención al verlo.

- Aquí tienes tu dinero.
- Gracias.
Se miraron durante un rato a los ojos, el instante fue eterno, la mirada de ambos brillaba en la profundidad. El tacto de sus manos al roce de sus pieles al estregarle Nasim las monedas fue dulce.
- ¿Siempre estás aquí en el mercado?
- No, sólo vengo a veces a ayudar a mi padre, pero me escapo muy a menudo.
- Yo también me suelo escapar del lado de mi padre.
Los dos sonrieron a la vez, las miradas seguían unidas en aquella intención de nunca dejar de mirarse con esa fijación.
- Me hace gracia cuando sonríes Nasim.
- ¿Por qué?
El príncipe quedó serio sin esbozar ni una leve sonrisa.
- Se te ve más importante, más distinguido, más guapo.
- No me digas esas cosas que me ruborizo.
Era cierto, Nasim era muy tímido y cualquier halago que le hacían le servía de inmediato para sentirse incomodo.
- Bueno Hosayn, me marcho, a ver si nos podemos ver pronto.
- Si quieres dentro de un rato cuando termine de ayudar a mi padre a colocar las cosas.
- Vale, cuando tú quieras.
- Espérame junto al patio de los naranjos. Voy enseguida. ¿Sabes donde es?
- Muy a menudo también me pierdo allí para sentirme solo y libre.

Nasim esperaba la llegada de su amigo embriagado con el olor del azahar de los naranjos. Cuantas veces había paseado entre aquellos árboles y hoy lo haría acompañado de Hosayn. Y así fue, durante toda la mañana estuvieron juntos por aquellos lugares solitarios que aun esperan que se caigan la flor del naranjo para que salga su fruto y sea la recolecta. Ambos caminaban entre los árboles floridos como si fueran dos viejos amigos que recuerdan tiempos pasados que han de recordar para no olvidar. También podían pasar por ser unos amantes cortejándose entre el perfume embriagador de los naranjos.

Pasó el tiempo y los jóvenes crecieron al igual que su relación. Entre el paso de las estaciones, de los años, de sus paseos furtivos y secretos, había crecido el amor entre ellos, se habían enamorado el uno del otro. La felicidad entre ellos era inmensa, nada los hacía decaer de su enamoramiento.
Nasim y Hosayn cumplieron la mayoría de edad. Habían dejado de ser aquellos adolescentes que empezaron jugando y paseando por los naranjos en flor para pasar a ser ya todos unos hombres. Hosayn pronto se haría cargo del negocio de su padre, ya estaba mayor y no podía llevar tanto trabajo a su cargo.
El gran sultán en todo este tiempo no había desistido en su empeño de buscar la esposa de su hijo mayor, mientras que este seguía sin decidirse por ninguna, ya que no tenia interés en encontrarla, solo deseaba en tener tiempo para escaparse un rato y estar junto a Hosayn. Sabía que si hacía lo que su padre deseaba y elegía entre todas aquellas mujeres a la futura sultana y se casaba con ella, iba a ser el sultán mas desgraciado que jamás había existido en aquel reino, ya que no estaría con quien de verdad quería vivir, del que deseaba su corazón y su alma. No sabía si aquel amor entre hombres estaba permitido por el Corán, pero tampoco tenía intención de preguntarlo no fuera a ser que se enterara su padre e hiciera que nunca más se volvieran a ver Hosayn y él.

El sultán cansado de las indecisiones de su hijo mandó llamar ante su presencia a su primogénito.
- Te he hecho llamar para informarte que tienes que elegir esposa antes que termine el otoño, sino me veré en el deber de tomar esa decisión por ti.
- No puedes padre.
- Para esta primavera tendrá lugar tus nupcias.
Nasim se retiró apesadumbrado a su cuarto donde se limitó a llorar. De sus ojos no dejaban  de brotar lágrimas de amargura y de rabia hacia su padre. Pensaba en como le diría a Hosayn todo aquello que le acababa de comunicar su padre, sabía que le haría un daño enorme e irreparable si le decía que en unos meses se casaría.
Así fue, le destrozó el corazón, creía que le había explotado en su pecho, que había dejado de latir en el mismo instante que Nasim pronunció las palabras malditas. Se quedó sin hablar, sin pronunciar ni una sola palabra ni hacer ningún gesto.
- Dime algo por favor.
- No puedo. No sé que decir.
- Igual estoy yo. Yo no me puedo casar con alguien que no quiero.
- Niégate a casarte.
- No puedo, mi padre me casará a la fuerza.
- Inténtalo al menos.
Ese día no pasearon con la misma calidez que de costumbre, el frío del otoño se les había metido en el cuerpo y no podían sacarlo. Llegó la hora de separarse, Hosayn se acercó a Nasim y cuando lo tuvo frente a frente lo besó, era la primera vez que se daban un beso, un beso de amor. Y le repitió a Nasim que lo intentara con su padre, que pensara en su felicidad.

Todo el cuerpo le temblaba, le daba miedo enfrentarse a su padre, pero no tenía más remedio que hacerlo si quería seguir con Hosayn. Se armó del poco valor que le quedaba en el cuerpo de aquel ya no tan joven príncipe. Habló con toda la entereza y la serenidad que pudo con su padre. Le dijo que no podía casarse porque no había ninguna mujer que le gustara, que renunciaba a ser sultán, que lo fuera su hermano. El gran sultán enfureció hasta ponerse rojo de la rabia.
- Te casarás el primer día de la primavera con la princesa que yo elija y hasta entonces no saldrás de palacio preparándote para las celebraciones de tu boda.
Nasim lloró como nunca había hecho hasta entonces. Se llevó días sin comer, sólo hacia llorar y vagar por entre los jardines de palacio, era un alma sin sentido.
Mientras, la noticia de la boda se corrió por todo el reino hasta llegar a conocimiento de Hosayn. Intentó por todos los medios comunicarse con Nasim, pero el gran sultán lo había incomunicado y era imposible hablar con él.

Llegó el día de la boda de Nasim con la esposa que su padre le había elegido. Iba a ser una gran ceremonia donde estarían los reyes de reinos lejanos para presenciar la unión entre estas dos personas. A Nasim lo vistieron con las mejores telas, lo trataron como el gobernante que en un futuro iba a ser.
El pueblo también se había vestido de fiesta. Todos estaban contentos con esta nueva boda, menos Hosayn, que desde que había tenido que dejar de ver a Nasim ya no era el mismo. Se le había agriado el carácter, siempre estaba tenso y desagradable. El aspecto del novio tampoco era el más adecuado para la ocasión, por fuera tenía las sedas más caras, las joyas más bellas, pero por dentro estaba destruido, su corazón estaba con Hosayn y no con aquella joven que sólo había visto cuatro veces y por la que no sentía ningún aprecio, tan solo lástima por su obligación a casarse con alguien que nunca la iba a querer, por que él quería a Nasim.
Ya era la hora de la boda, todo estaba listo, cada uno ocupaba su lugar. Sólo faltaba el novio, aun no había aparecido el príncipe. Fueron a buscarlo a su habitación, pero allí no había nadie, estaba vacía. En el suelo encontraron el traje con el que se iba a casar, lo había tirado junto a las joyas. Buscaron por todo el cuarto y no faltaba nada, sólo Nasim y la pequeña cajita con las cosas de su madre.

Hosayn lloraba entre los naranjos que aun estaban a medio florecer. Sabía que a esa hora Nasim ya se habría casado. Notó la presencia de alguien a sus espaldas y escuchó como decían su nombre El oír su nombre le hizo reaccionar por un instante.
- Hosayn, he venido a buscarte, para irnos lejos y ser felices los dos juntos.
Se abrazaron fuerte el uno contra el otro y el azahar se terminó de abrir para dar paso a su blancura y su perfume.
Nasim y Hosayn viajaron muy lejos y allí fueron completamente felices. Y colorín colorado esta historia que quizá algún día existió se ha terminado.


*Incluído en el libro "Mirando al Sur"
(c) Sebastián García Hidalgo




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