martes, 13 de diciembre de 2011

LA PALOMITA



A mi abuelo

   Ya están como cada año en la puerta pidiendo el aguinaldo, cuantos recuerdos me traen, en sus caras veo reflejada la mía hace años cuando junto con unos amigos íbamos de casa de en casa cantando villancicos y a cambio nos daban el aguinaldo. Me pasaba todo el año pensando en esa noche, en la que celebrábamos el nacimiento de Dios, aunque esto era lo que menos nos importaba, ya que nosotros sólo lo hacíamos por divertirnos y porque siempre había alguien que a pesar de nuestros escasos trece, catorce, quince años, nos daba una copa de anís, de aguardiente con unos polvorones y eso nos hacía sentirnos ya hombres, aunque más tarde descubrimos que lo más importante para ser hombres no era el alcohol, pero, aún así, lo deseábamos, estar con nuestras copitas en la mano degustando aquello mientras que el renacuajo tiraba del pantalón diciendo: "Nene, como se entere papá que bebes esas cosas te la vas a ganar.". Pero no me importaba que el insolente de mi hermano pequeño no lo dejara de recordar ya que esto hacía más emocionante esa experiencia que se repetía cada veinticuatro de diciembre y que ahora al recordarlo me parece tonta aunque todavía me hace soltar alguna lágrima.
   Ahora soy yo quien les da la copa de anís cuando terminan su cantinela. La preparación del anís para mí ya es una especie de ritual, voy temprano y compro la botella al tendero de la esquina y unos polvorones, bombones. Ya de vuelta a casa, cojo otra botella de anís vacía la lleno hasta la mitad de agua y el resto lo relleno con el anís que acabo de comprar y así preparo el anís aguado, o sea, una palomita a lo grande, de esta forma hace menos daño y pueden disfrutar su copita sin miedo a coger una borrachera de espanto, como cogíamos mis amigos y yo cuando acabábamos la ronda, no sé como año tras año le podía ocultar esta borrachera a mi padre, que nunca se percataba del brillo de los ojos de su hijo o quizás sí lo sabía y el lo callaba pensando: "No debería dejar que volviera el próximo año, ¡pero leñe! Un día es un día.", al igual que hice yo con mis hijos años después y como le digo a mi hijo que haga con mis nietos.
   Aveces me entran ganas de salir a la calle y ponerme a cantar con ellos pero ya no aguantaría ni el primer asalto así que me quedo aquí en casa junto a la camilla con la botella de palomita y los polvorones de Estepa encima esperando escuchar sus pasos en el jardín que me anuncia que me prepare para el recital, el anís y el dinerito que siempre les doy para las obras de la iglesia del barrio que es por lo que salen y por lo que salíamos nosotros.
   Y ahora esperar el próximo año a que vuelvan estos u otros por la copita de anís para sentirse hombres aunque sea tan sólo por una noche en su corta adolescencia. 


(Este relato lo escribí hace años y ahora que se acerca la Navidad me gustaría retomarlo. Este cuento me lo publicaron por entonces en la revista Nemeton de Gijón. A este escrito le tengo mucho cariño porque esto fue lo único que mi abuelo leyó mío, le gustó ya que le recordaba a las fiestas de cuando pequeño.)



*Incluído en el libro "Mirando al Sur"
(c) Sebastián García Hidalgo

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